Septiembre 20, 2024

Hablamos con Maya Cárdenas, estudiante de enfermería, Agustina Isla, interna de la misma carrera, Pablo Fierro, egresado de obstetricia y Nicolas Fuentes, estudiante de tecnología médica, todos de la Universidad Austral (UACh), quienes fueron parte la brigada de Primeros Auxilios (PAUX), que estuvo colaborando con los manifestantes que sufrieron la represión en el estallido social del 2019. En este reportaje cuentan las dramáticas experiencias que les tocó vivir.Aunque ya ha pasado más de un año y el zoom no permite captar las sensaciones, es evidente que el recuerdo del estallido los emociona, Todos son jóvenes estudiantes, la mayoría con un compromiso social previo, que se decidieron dar un apoyo médico a los muchos manifestantes que sufrían la represión. “Vivimos la Revolución Pingüina y las movilizaciones del 2011, por eso tenemos bastante arraigado la movilización social y las desigualdades que vemos en el tema sanitario. Esto nos ha llevado a desarrollar una constante crítica al sistema y a la organización política existente”, comenta Agustina.

De hecho, después del primer día de protestas en Valdivia, el sábado 19 de octubre, se comenzaron a organizar. “Muchos de nosotros teníamos ganas de ayudar, pero no estábamos en una posición de ir a pelearla. Por eso, la brigada de Primeros Auxilios surgió de las ganas de cooperar desde lo que nosotros sabemos,” agregó Maya, quien ofició como una de las coordinadoras de la organización. La PAUX llegó a tener 40 voluntarios, presentes en todas las marchas y protestas, lo que implicó un gran desgaste de los chicos, que estuvieron hasta 12 horas en la calle. En su misión encontraron el apoyo de muchas entidades, especialmente el Sindicato de Pescadores de Corral, que, de la mano de su presidente, Gino Bavestrello, les facilitó sus instalaciones en Yungay. Lo mismo hizo la Pastoral de Educación Superior del Obispado de Valdivia, quienes también le donaron sus cascos.

Las fuerzas de seguridad casi no les dieron tiempo para prepararse, porque con la declaración de Estado de sitio, las lacrimógenas, balines, químicos, apaleos comenzaron a ser una constante. Imágenes muy fuertes, que tal vez nunca se borrarán de sus mentes, les dejaron esos meses en las calles. “Recuerdo la primera vez que me apuntaron a treinta metros. Recuerdo a nuestro primer paciente con 6 perdigones. Recuerdo a un chico que atendimos que estaba empapado con agua y gas pimienta, a quien tuvimos que duchar y mandar al hospital”, relata Maya. “Varias veces tuve que atender a manifestantes inconscientes por los golpes con las lumas”, agrega Pablo. “Una vez gasearon a un metro a un bebe de once meses y tuvo un paro respiratorio. Una micro lo llevó al Cesfam de Las Ánimas y se salvó”, menciona Agustina. “Me tocó atender a un niño con una crisis de asma, que estaba muy mal. No sabíamos que hacer. Una señora nos abrió las puertas de su casa y ahí lo atendimos”, señala Nicolas Fuentes, el menor del grupo.

En medio de las luchas callejeras ellos también fueron víctimas de los balines policiales, lo que, en la mayoría de los casos, no fue accidental. “En una protesta en los Barrios Bajos, nos quedamos entre la gente y el piquete de Fuerzas Especiales, y nos dispararon a nosotros, pese a que estábamos con nuestras cruces rojas. Me llegaron dos perdigones en las piernas y a un compañero le rozaron la entrepierna”, recuerda Nicolas. Maya también recibió una lacrimógena en una pierna, que la dejó un mes con un moretón. Desde su punto de vista, Carabineros los veía como el enemigo, lo que se lo hacían saber con provocaciones y gritos.

Por eso, muchos no quisieron contarles a sus padres la situación que vivían. Además, dos de los miembros del grupo (Agustina y Maya) eran hijos de antiguos reclutas de 1973, que conocían en carne propia lo que era la represión. “No les conté para protegerlos emocionalmente, pero mi mamá igual se enteró y se volvió loca,” asegura Maya.

Pese a las duras experiencias que vivieron, el desgaste y la propia presión, los chicos se quedan con todo el respaldo que recibieron por parte de la comunidad valdiviana. De hecho, todos sus utensilios y medicamentos eran donaciones, o producto de colectas. Un grupo de psicólogos los capacitó en primeros auxilios en esa área y les brindó atención psicológica. Además, estudiantes de química, ingeniería y otras disciplinas colaboraban desde sus conocimientos para paliar los efectos de la represión. “Esas actitudes te hacen confiar de nuevo en la humanidad”, menciona Maya. “La gente nos apoyó mucho desde el lado emocional, nos daban jugos, helados, etc. A veces cuando estábamos muy cansados los aplausos nos daban ánimos para seguir”, recuerda Nicolas.

Al ser consultados si volverían a las calles, no hay otra respuesta. “La pandemia acentuó las desigualdades y mostró el abandono de las clases trabajadoras. Si los agentes del Estado van a seguir siendo tan represivos como lo fueron, tenemos que estar ahí. No hay otra. Para nosotros quedarnos sentados sin hacer nada no es una opción”, finaliza Maya.

 

 

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