Enero 22, 2025

La siguiente crónica narra la experiencia de un joven periodista chileno, que vivió dos meses en la Venezuela chavista, donde conoció a importantes personajes de la historia reciente de este país. Viviendo las contradicciones y de un proceso que ha expulsado a miles de personas hasta nuestro país y, porfiadamente, se resiste a concluir.

Felipe Nesbet Montecinos

Eran otros tiempos. El mismo país, el mismo régimen, pero otra realidad. Era 2009. Hugo Chávez todavía no cumplía diez años en el poder. Hacía dos años había perdido su primera, y única, elección, que fue una reforma constitucional que ampliaba sus poderes (lo que terminó aprobando dos meses antes de mi llegada), por lo que el régimen tenía un indiscutible respaldo social.

Mi primer encuentro con Venezuela marcó el contraste propio del país. Me reuní en un centro comercial con Ernesto Che Mercado, quien me arrendaría una pieza. Su nombre era una contradicción en sí misma. Sus padres comunistas lo bautizaron así en honor del mítico revolucionario argentino. Y su apellido, que ni él ni su familia eligieron, hacía relación a uno de los grandes demonios del marxismo, donde se va articulando la desigualdad social.

“Yo no soy chavista, pero estoy con el proceso”, fue una de las primeras cosas que me dijo. Esa frase denotaba un preclaro análisis político, que vislumbraba los muchos errores que estaba cometiendo la Revolución Bolivariana. Che sería el primer venezolano que me invitó al edificio más sagrado de Caracas, el Sambil. Una especie de Mall gigantesco. Nunca se me ocurriría llevar a algún extranjero a conocer un Mall, asumiendo que son todos iguales, pero los venezolanos aman los centros comerciales. Chavistas, escuálidos (como les decían a los opositores en esos años), blancos y mulatos, civiles y militares, todos comparten el amor hacia las compras. Nunca pude entender cómo en un país que, supuestamente iba hacia el socialismo, la gente fuera tan consumista. Por eso, para ellos Estados Unidos era su paraíso. No entendían como habiendo estado en México, donde cursaba mis estudios de postgrado en la UNAM, nunca me anime a ir a conocer la potencia del Norte. “La odiosidad hacia Estados Unidos es una propaganda que no pega entre la gente”, me contó el profesor Tomas Straka, uno de los más reputados historiadores venezolanos.

Ese afán consumista viene del boom petrolero que vivió Venezuela, especialmente después de la crisis de 1973, cuando se disparó el precio del crudo, hasta la crisis de la deuda de 1983. De esa época data gran parte de la arquitectura de Caracas, que preserva muy poco de su pasado colonial, salvo la casa de Bolívar, que se respeta por ser la residencia del Libertador solamente. Eso también muestra una visión más hacia el futuro de los venezolanos, que notaríamos en otros aspectos.

En esos años muchos chilenos, también peruanos y, por supuesto, más colombianos se instalaron en el país caribeño; tanto que la prensa de la época llegó a hablar de una invasión extranjera, de la misma forma que actualmente se dice que los venezolanos nos invaden. Pero no solamente sudamericanos, también arribaron miles de italianos, españoles, algunos alemanes y portugueses. En Caracas conocí el acento lusitano, más cerrado que el brasileño. Era muy común que los portugueses tuvieran panaderías, donde producían el mejor pan que he comido. Seguramente, esos hijos y nietos de europeos fueron los primeros en irse del país, aprovechando su doble nacionalidad.

Tuve la suerte de vivir en el mayor ícono de esa época gloriosa para los venezolanos, las Torres del Parque Central. Estos rascacielos fueron los edificios más altos de América Latina hasta 2003. En su estructura convivían tiendas comerciales, oficinas y residencias particulares. Ahí estaba el Hotel Anauco Hilton, que como muchas cosas fue nacionalizado, convirtiéndose en el Hotel Alba, donde residían muchos cubanos que trabajan para el régimen. Para el 2009 las Torres del Parque Central, como muestra del cambio de época, estaban en decadencia. Después observaría que en “Secuestro Express”, probablemente la película venezolana más famosa, el secuestrado fue retenido en aquellos edificios. El filme da cuenta de una realidad muy presente en la Venezuela de aquellos tiempos, que era la delincuencia, que a mí me toco sufrir.

Un día caminaba hacia mi nueva casa, ubicada cerca de Parque Venezuela, una zona más de clase media, (estilo Ñuñoa, pero sin ñuñoínos, que todavía no existían como grupo social). Eran más de las nueve de la noche, pero las calles estaban desiertas; tal vez un signo de la delincuencia que instaba a la gente a no salir de noche. Mientras caminaba noté que un tipo me seguía los pasos, acercándose poco a poco hacía mí. Cuando percibió mi temor me dijo “no se asuste mi rey”. Apenas enfilé hacia el pasaje de mi casa, partí corriendo. Recuerdo que sacó una pistola y me trató de golpear con la cacha, pero no me alcanzó. Así que llegue sano y salvo a mi nueva residencia, donde le arrendaba a una familia de origen judío. Con la dueña de casa no tuve una relación tan buena como con Che Mercado. Pienso que se molestó cuando le dije que era asqueroso mezclar sabores; como también lo hacen los alemanes. “Por eso tienen a Chávez”, le espete un día. La broma no le hizo gracia. Ahora pienso que ella sintió lo mismo que sienten muchos chilenos cuando dicen que nuestra Navidad es fome. La diferencia que no éramos tantos los chilenos en Venezuela que podíamos decir eso, y ahora son cientos de miles los venezolanos en Chile.

Aprovechando su origen judío el hijo de la señora tenía todo listo para irse a Israel. Él estaba en la famosa lista Tascón, donde estaban todos los profesionales de oposición, que tenían bloqueados su entrada laboral al Estado. Y en Venezuela, que es un país que vive del petróleo, que lo controla el Estado, ahí está la principal fuente laboral.

Una Bachelet venezolana

Usando mi formación periodística, que aún no ejercía profesionalmente, salía a consultarle a los caraqueños sobre el proceso político que estaban viviendo. Me llamo la atención que muchos no querían hablar de política. Con el tiempo pienso que pueden haber sentido algún temor, pero me animaba a creer que no les interesaba hablar del tema, bajo la misma premisa que uno escucha tantas veces acá. “Con o sin Chávez mañana tengo que trabajar igual”. No obstante, eso me daba a pensar que en aquella época el régimen estaba muy lejos de ser una dictadura.

Entre los muchos que me contestaron mis consultas la opinión estaba muy dividida entre chavistas y escuálidos. Lo que más me sorprendió es que la mayoría de los opositores tenían una visión positiva de Chávez, a quien consideraban una persona bien intencionada e inteligente. “El problema son los que tienen al lado”, me repetían. Ahora vemos que en distintos lugares de Venezuela han derribado las estatuas del comandante, lo que, desde mi punto de vista, es otra muestra de la escasa visión histórica de los venezolanos (rasgo que compartimos con los chilenos) que ya olvidaron el amor y respeto que algún día le profesaron al comandante.

Cuando les decía que era de Chile muchas veces me decían “dónde está la presidenta Bachelet”, que cumplía su primer período. Tal vez la conocían porque era la anfitriona en el famoso episodio de Chávez con el rey de España. Pero me daba la impresión que la Bachelet despertaba simpatía entre los venezolanos. “Con una Bachelet le ganamos a Chávez”, me dijo el comandante y académico, Fernando Falcón. “La imagen materna entre los venezolanos es muy fuerte, porque el número de familias encabezadas por la madre es enorme. Hasta hay casos en el que los malandros respetan cuando está la madre. No necesitamos una Miss como la Irene Sáez, sino una mamá como la Bachelet”. Se refería a la exMiss Universo, que se presentó en las elecciones de 1999, las que llevaron a Chávez al poder. Tal vez actualmente muchos venezolanos ven ese perfil en María Corina Machado, especialmente por su cariz luchador, que es intrínseco de las madres que defienden a sus hijos.

Dado que el motivo de mi viaje era la estancia de investigación de mi tesis de postgrado, que trataba sobre Venezuela, transité por muchas Universidades, conversando con historiadores, sociólogos, y conocedores del tema militar, que era el foco de mi tesis. Siempre tengo muy presente lo que me dijo el historiador Domingo Irwin: “los militares venezolanos son muy susceptibles a ser motivados políticamente”. Esto es que si la ciudadanía los llama a salir de sus cuarteles para intervenir lo harán. Después teoricé que eso se debe a su autoimagen como protectores de la patria. Y si sienten que la nación, que juraron defender, está en peligro se verán obligador a actuar, sin importarles el gobierno de turno, por más legítimo que pudiera ser. Eso no cabe solamente en el caso venezolano. Esta aseveración me lo reafirmó el general Fernando Ochoa Antich, quien era ministro de defensa cuando Chávez se rebeló contra el gobierno de Carlos Andrés Pérez en 1992, lo que fue su aparición pública ante los venezolanos. “Cuando uno va a un lugar, y a los cinco minutos la gente está hablando mal del gobierno, que el país no tiene destino, etc.… Todo esto va afectándolo personalmente, hasta convencerse que tiene que tomar cartas en el asunto. Por más cooptados que estén los militares, todos tienen familias que no son chavistas y lo estarán instando que se rebelen”, me decía aquella vez. No es casualidad que actualmente María Corina Machado haya apelado al cariz familiar de la oficialidad y se haya viralizado el llamamiento de la hermana de Vladimir Padrino López, ministro de defensa y principal soporte castrense del régimen, a desconocer a la relección de Maduro y actuar en defensa de su pueblo.

Mi principal objetivo para entrevistar era el general Raúl Isaías Baduel, personaje clave en la historia reciente de Venezuela. Baduel fue uno de los juramentados con Chávez, que dieron inició al Movimiento Bolivariano Revolucionario – 200, que nació como una logia secreta en el Ejército, donde está prohibido deliberar políticamente. Fue ministro de defensa cuando se produjo el Golpe de Estado de 2002, por lo que movilizó al Ejército para salvar a Chávez. No obstante, después se opuso a la reforma constitucional de 2007, para muchos su posicionamiento fue determinante en la única derrota electoral (reconocida) del chavismo. Una semana antes de mi llegada Baduel fue apresado, acusado de corrupción. Por lo que tuve que partir hacia la cárcel militar de Ramo Verde, donde después estuvo preso el líder opositor Leopoldo López, y donde se le impidió el ingreso a Sebastián Piñera. A diferencia del difunto presidente no tuve problemas para ingresar. Fueron dos las veces que visite a Baduel. La primera fue para mantener una entrevista académica y la segunda más de camaradería, donde conversé con los otros dos presos con los que compartía espacio, también altos miembros de las Fuerzas Armadas acusados de conspiración; uno me dijo que había realizado cursos con Carabineros. No obstante, la segunda ves a los guardias les llamó la atención mi pasaporte chileno, por lo que me consultaron por el motivo de mi visita. “Mi papá es general del Ejército y conoció al general Baduel en Estados Unidos, y yo vine acá a ver a algunos amigos y me pidió que lo visitará”. Cayeron en la coartada, que tenía pensada desde antes. Era verdad que Baduel realizó cursos en Estados Unidos y compartió con oficiales chilenos, pero no soy hijo de ningún militar de tan alto rango. En un libro que le regale le escribí que cumpliría un rol importante en el futuro de Venezuela. Muchos pensarían eso. Pero Baduel nunca pudo salir de la cárcel, falleciendo en 2021, en penosas condiciones. Tres de sus hijos y su yerno están presos; incluso se habla que uno de sus hijos fue torturado para incriminar a sus hermanos.

En una Universidad militar

Más que un líder izquierdista, Hugo Chávez era un militar. Recuerdo que en una entrevista a un oficial en retiro, que era diputado de la Asamblea Nacional, le pregunté si lo debía tratar como diputado o militar. Me dijo lo segundo. De hecho, tanto en Venezuela como en Chile, los militares nunca dejan de serlo. Están en retiro (o estado pasivo) pero pueden ser llamados al servicio en cualquier momento.

Por ende, la Venezuela bolivariana es claramente un régimen cívico-militar con todas sus letras. La mejor muestra de la militarización de la sociedad venezolana era la Universidad Nacional Experimental y Politécnica de las Fuerzas Armadas (UNEFA), como su nombre lo indica una Universidad de los militares, abierta a toda la sociedad. Un caso extrañísimo. Su sede en Caracas la conformaba un gran edificio, por lo que no tenía un campus, con parque, como los conocemos en Chile. Las Fuerzas Armadas cuentan con centros de estudios en muchas partes, incluso acá tenemos la Universidad Bernardo O’Higgins, que tiene una impronta castrense, pero nada como la UNEFA. Para comenzar los alumnos tienen que asistir con su uniforme, consistente en una polera institucional, que debe estar debajo del pantalón. Como en tiempos pretéritos los alumnos tienen que formarse para recibir al profesor. Ni hablar de federaciones universitarias. “Ni a Pinochet se le hubiera ocurrido hacer algo así”, le comentaba a los académicos venezolanos.

Dado que estudiaban muchos militares o personas de la Guardia Nacional, que es una policía militarizada, que usa los mismos uniformes verde olivo, ellos cumplen la función de jefe de curso, que se encargan de ordenar la sala antes que llegue el docente. Uno de estos jefes de curso era Ronald, sargento de la Guardia Nacional, con quien entable una breve amistad. No se confundan: no era Ronald Ojeda; aunque no he podido recordar su apellido. Este Ronald era originario de la ciudad de Barquisimeto. Su trabajo leal con el gobierno le hizo merecedor de una casa, auto, moto y una beca para continuar sus estudios en la UNEFA. Siempre recuerdo que una vez me llevó a mi residencia y fue a una bencinera a demostrarme que la bencina en Venezuela era gratis. Dado que el precio por llenar el estanque de su moto eran algunos centavos y el bombero no tenía vuelto, dejó que no se la pagará. Por supuesto, él estaba bien identificado con el proceso, pero al despedirme me dijo que el presidente Chávez era un mamahuevo.

A veces me pregunto qué será de Ronald ¿Estará ocupado en las labores de represión? ¿Habrá desertado y tal vez se encuentra aquí en Chile? ¿O ascendió en la Guardia Nacional y disfruta de los beneficios que da el régimen a sus allegados? Mejor no saberlo, mejor no.

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