El arte callejero como espacio de resistencia ante los nuevos modos de dictaduras
Siempre que se ha abordado el concepto de dictadura se nos viene a la mente la idea de un régimen impuesto por las armas, sostenido por las Fuerzas Armadas del respectivo país. Tal vez, este imaginario colectivo nos ha llevado a no detectar las nuevas formas en que se implantan diferentes regímenes dictatoriales en la actualidad.
Es decir, si abandonamos la percepción ortodoxa de lo que se considera una dictadura podremos identificar de manera no muy compleja una serie de factores que nos permitirán entender como los Estados, al estar resguardados por la democracia implantan métodos de control y orden cercanos a lógicas de carácter fascista y que atentan gravemente contra la libertad de los pueblos.
El ejemplo más cercano a nivel país lo pudimos apreciar durante la revuelta del 18 de octubre, donde gran parte de la población se volcó a las calles inundados por una serie de demandas pero que decantaban en un solo objetivo: cambiar el modelo económico y político-social, al cual todo un pueblo fue arrastrado de manera casi obligatoria y sin otra opción. Fue aquí donde el gobierno de Piñera desestimó el diálogo y dio preferencia a la vía armada para reprimir manifestaciones pacíficas, donde se sumó el apoyo irrestricto de los medios masivos, con lo que se impuso un discurso absolutista respecto a la ilegitimidad de la revuelta y atribuyéndole características de mera delincuencia, actos vandálicos y en el peor de los casos invocando leyes que persiguen el terrorismo.
Ya viendo que con la represión extrema no se ha podido acallar a quienes siguen luchando por la dignidad del pueblo, el Estado vio con muy buenos ojos la llegada del COVID, porque la pandemia ofrece el escenario perfecto para seguir coartando las libertades de la gente. Se impulsaron con más fuerza medidas como el toque de queda y, que mejor, se extirpó de raíz la posibilidad de congregarse en público.
Hilando aún más fino, el virus permitió prohibir y cerrar todos los espacios donde se llevan a cabo distintas expresiones artísticas y se construye cultura, ya sean teatros, conciertos, festivales culturales, etc. Cabe mencionar que una de las características de las dictaduras es la generación de “apagones culturales”, que buscan limitar los espacios de reflexión y pensamiento crítico donde el arte juega un papel fundamental en el subconsciente colectivo de las personas.
Frente a esto el arte popular o callejero ha conformado la primera línea de la cultura, llevando el arte libre y la reflexión en torno a lo que somos, y por lo que debemos seguir luchando: nuestra libertad.
Con preocupación vemos que los pueblos se acostumbran cada vez más a las medidas restrictivas, ya sean toques de queda o incluso cuarentenas, donde la ley castiga al infractor, con un criterio altamente cuestionable, de acuerdo a la posición económica y valor social de la persona.
Por eso, me produce una profunda impotencia ver las libertades que tienen los sectores acomodados de la sociedad para violar las medidas que supuestamente deben ser respetadas por todos, y por otro lado como se controla y reprime al pobre, más aún cuando éste vive y trabaja de manera independiente como es el caso de los artistas callejeros. Es decir, el Estado avala el derecho a realizar fiestas masivas de los que poseen el poder económico en el país y se pasa por alto la libertad de ejercer el arte como un trabajo igual a todos. Fácilmente podríamos quedarnos en el análisis superficial que hace referencia a que estamos en situación de pandemia y por lo tanto se restringen las libertades de todas las personas. Pero si consultaran a la gente que está detrás de las distintas disciplinas artísticas, claramente estamos frente a una persecución dirigida a apagar cualquier atisbo de creación cultural, sobre todo cuando éstas manifiestan un discurso contestatario ante las medidas arbitrarias y represivas que ha tomado el gobierno de Piñera.
Personalmente, que llevo trabajando la música hace un par de años en Valdivia, me he visto constantemente acosado por las fuerzas policiales, que en algunos casos más allá de la hostilidad imperante en sus procedimientos han deslizado su posición frente al discurso político que expreso en mis canciones, llegando al punto de hacer hincapié en que el problema no es que cante, si no es lo que canto. El jueves 21 de enero, y luego de estar siendo hostigado hace días por supuestas denuncias por ruidos molestos mientras ejercía mi labor (denuncia que no tiene soporte legal), se me detuvo por la misma causante, pero se disfrazó de una infracción por incumplir las medidas sanitarias, debido a que estamos en cuarentena.
En mi calidad de miembro del Sindicato de Artistas Populares y en posterior dialogo con mis colegas, reafirmamos nuestra postura acerca de que estamos viviendo un proceso que quedara en la historia marcada por la represión y el control de los pueblos, donde el Estado ha tomado el camino de la violencia y el castigo hacia quienes representen cierta oposición a cómo la autoridad busca dirigir la vida de las personas en Chile.
Como artista callejero, y puedo hablar con propiedad acerca de lo que también piensan mis compañeros de labores, tenemos más claro que nunca la importancia de nuestro trabajo y que seguiremos ocupando los espacios públicos para expresar nuestro arte y seguir siendo la primera línea de la cultura que se resiste a morir en esta lucha. Nuestro objetivo principal es no ceder ante este gobierno y la dictadura que han impuesto para destruir a los pueblos al igual como lo hicieron en otros tiempos en la historia de nuestro país.
Carlo Alberti , Cantante Popular y Presidente Sindicato Regional Independiente de Artistas Populares (SIRIAP)